miércoles, 24 de noviembre de 2010

Los mercados de Navidad.

Parece que el frío ha llegado. Lo sé, porque ya no es suficiente el abrigo y las botas para tener el cuerpo caliente. Han llegado esos días, en los que el aire seco corta la cara y hay que echar mano de un gorro para que los oídos no duelan, para protegerse como sea de ese viento escurridizo que se cuela, helado, hasta el cuello.

Hoy tenemos una de esas frías mañanas de cielo gris, con un aspecto plomizo muy particular, como esos días en los que las gotas de lluvia se convierten, sin darte apenas cuenta, en copos de nieve que vuelan por todas partes. Sólo la idea de que puedan aparecer las primeras nieves, me pone de buen humor, me gustan los climas desapacibles, cuanto más mejor.

Pero no importa lo incómodo que pueda ponerse el tiempo, la gente sigue haciendo vida normal, disfrutando de la fría cerveza de barril, aunque en su recorrido te hiele la garganta y del helado italiano, de las terrazas al aire libre, con manta y calefacción y del transporte en bicicleta, la mejor alternativa al metro.

Y con los gorros y las bufandas llegan también los tradicionales mercados de Navidad. El inicio de la temporada es un acontecimiento en la ciudad, ya puede helar o tronar, que la gente no pierde la oportunidad de acercarse a uno de ellos a compartir un buen vino caliente con los amigos. El que venga a hacer turismo, no se lo debería perder.

Mi preferido es el que se instala a los pies de la catedral, del Dom. Me encanta tomar un Glühwein junto a los muros y levantar de cuando en cuando la mirada para encontrarme con las magníficas torres de la catedral que parecen trepar infinitas por el cielo. La noche es el mejor momento, cuando las luces encienden con mil colores la plaza y los grises contornos góticos de otros tiempos se pierden en el color de la noche.

Las casas de madera, agrupadas en callecitas, venden de todo. No hay que perderse los dulces típicos de la época, las famosas galletas Spekulatius, el Christstollen, o las delicias de mazapán. Es también un buen lugar para encontrar un regalo, zapatillas y gorros de piel, velas, textiles, adornos de cristal o madera y cualquier cosa que tenga que ver con la Navidad.

Al final del recorrido hay que dejarse llevar por el delicioso olor que despiden los locales de comida y probar las típicas salchichas asadas, el Reibekuchen con compota de manzana o los pinchos de cerdo asado que se vende por metros, lecker!. Y por favor, no olvidéis tomar un Glühwein, el vino caliente especiado que sabe, como nada, a Navidad alemana.

Os deseo el mayor de los placeres, Zum Wohl!



martes, 9 de noviembre de 2010

Personajes de la vida cotidiana.

Uno de los oficios que se ejercen en Alemania y que por mucho que me acostumbre no deja de sorprenderme, es el de cuidadora-limpiadora-de-baños-en-tiempo-real. Este quehacer es ejercido casi siempre por señoras, en su mayoría alemanas, que habitan en los baños de bares y restaurantes durante las horas punta del día.

Es un tipo de servicio muy común en países latinoamericanos y en locales de gran lujo en todo el Medio Oriente, pero se hace extravagante en una Europa tan poco orientada al servicio, donde el cliente se las apaña como puede o le dejan.

Esta ocupación surgió en Alemana, seguramente, por las necesidades de un país en donde beber cerveza es algo así como un deporte nacional al que se adora y del que hay que ser hincha, cuanto más mejor. Todo el mundo lo practica, el sexo o la edad no es determinante en absoluto. Uno se puede encontrar con innumerables pandillas de octogenarias de pelo blanco que levantan una cerveza tras otra con una gracia sin igual mientras gritan “Prooooooost”. Me entusiasman, quiero ser como ellas!.

Si alguna vez se te ocurre pedirte un vino en una de estas fantásticas y animadas Brauhäuser, te verás expuesto a la mofa pública y te mirarán como si estuvieras enfermo, o lo que es peor, como si fueras un zoquete sin idea alguna de lo que pasa en el mundo. En tal caso, prepárate para reírle los chistes al bodeguero, es lo que toca.

Pues bien, de todos es sabido, las irrefrenables ganas de ir al baño que produce la cerveza, sobre todo si se consume, como aquí, siguiendo el mismo patrón de consumo que el agua. No hace falta que diga que tal urgencia hace que uno de los sitios mejor visitados de estos establecimientos sean los servicios.

La mayoría se encuentran en el piso de abajo, al final de una larga escalera. Qué queréis que os diga, no me parece el mejor lugar, teniendo en cuenta la dificultad que experimenta la gente para bajar las escaleras con cierta dignidad a medida que avanza la noche, pero ya lo dice Merkel, el que quiera vivir aquí que se adapte!

Una vez salvada la escalera, en un rellano habilitado para tal fin, es donde encontrarás a una señora de delantal blanco que con mucho remango va y viene con un trapo en las manos. Las más avispadas, no pierden el tiempo ni con trapos ni con bobadas y pasan la tarde y la noche, sentadas junto a una mesita de camilla en la que hay un plato con unas pocas monedas. La actividad de la dama consiste en vigilar a todo el que sale y controlar como un terrible guardián que todos dejen un donativo apropiado a sus expectativas.

Cada vez que un par de monedas caen en el plato, las hará desaparecer en su bolsillo a velocidad de vértigo, dejando sólo el señuelo. Supongo que la experiencia les ha dicho que separarse del lugar de las propinas les reporta pérdidas y tener el plato lleno, también.

Si no conoces la costumbre, andas sin monedas o te has dejado el bolso arriba, verás que la mujer, otrora sonriente, se convierte en un miura malhumorado que te mira con desprecio y que bufa y rebufa acordándose de tus muertos. No te dejes intimidar, para los clientes no es obligatorio.

Este patrón lo he encontrado en todos los sitios sin diferencias sustanciales, ni siquiera de humor. Sólo hace algunas semanas, encontré a un personaje muy diferente en los lavabos de una pastelería que frecuento. Se trata de una señora africana de cara descolorida y turbante desmelenado. Da igual qué día, ella siempre está ahí, medio recostada sobre una diminuta mesa con ojos rojos y cara de haber dormido fatal. Cuando me ve pasar me dice, sin desviar la mirada de sus sms, hello my friend!. El saludo me encanta, tiene ritmo.

Mientras me lavo las manos la observo a hurtadillas y la veo encogida, concentrada en su móvil, como si estuviera esperando algo importante.

El primer día, no llevaba el bolso y no dejé nada. Subí las escaleras esperando el resoplido, pero la oí decir con buen humor, bye bye my friend!.

Desde entonces la visito de vez en cuando y la observo antes de bajar, desde las escaleras. Siempre la encuentro recostada, con el teléfono entre las manos, esperando algo que no acaba de llegar. Cuando salgo, le dejo una moneda y si me vuelvo rápidamente, ya no la veo en el plato. Ha aprendido bien la parte más importante del negocio.

Me mira despreocupada y me dice otra vez cantando, thanks my friend.