domingo, 30 de enero de 2011

Crisis en Egipto. Vientos de cambio.


Desde que empezó la crisis en Egipto, he mirado hipnotizada en la televisión las imágenes de un Cairo inesperado, desconocido para mí.

Aunque siempre habíamos fantaseado con la idea de que un día esto pasaría, el conflicto, por su magnitud y violencia y sobre todo por la firmeza de la protesta, ha superado cualquier pronóstico que entonces tuviéramos.

Esta mañana, el gobierno de Mubarak ha amordazado a la cadena qatarí Al Jazeera y ha sido difícil, durante unas horas, acceder a las imágenes en vivo del conflicto. Por suerte, los teléfonos móviles seguían activos y he podido contactar con una amiga de Zamalek, el barrio en el que viví dos años.

Por su voz, ya sabía que algo no andaba bien. Apenas empezamos a hablar, nuestra conversación se vio interrumpida por un ruido atronador. Son aviones de caza, me dice con una voz más cercana al pánico que a la sorpresa. No oyes? no los oyes? Y sí, claro que los oía, un enorme estruendo que irrumpía en mi casa, en un pacífico, aunque frío y soleado domingo en Colonia. Qué miedo, qué miedo, me repite inagotablemente.

Me encuentro en una situación en la que no sé cómo seguir, qué decirle. Me la imagino perfectamente en su casa, asomándose por la ventana, investigando qué ha pasado, por dónde está el fuego. Huele a quemado, me dice, algo arde. Los vecinos hacen lo propio, todos miran al cielo, nadie sabe qué pasa, ni qué demonios hacen esos aviones sobrevolando amenazantes sus tejados.

La noche no ha sido mejor, sigue. La algarada y las voces, más altas que de costumbre y los disparos seguidos de gritos, han sido espantosos. Nadie ha pegado ojo y los niños, menos, sin entender una palabra de lo que allí pasaba. Son petardos, mamá?

Los hombres del barrio se organizaron para custodiar a sus familias y proteger sus casas del vandalismo y los saqueos. Todos unidos, los dueños de las propiedades, los bauabs y demás trabajadores se han armado con palos, machetes y lo que han pillado por casa y han patrullado las calles toda la noche. A mi marido, dice, le tocó el turno de las cuatro de la madrugada y ha sido una angustia terrible, sin saber lo que podía pasar o con quién se toparía, hay gente armada por todas partes.

Pero las consecuencias de este terremoto se empiezan a sentir en los aspectos domésticos. Todavía se consigue agua, aunque no en todas las tiendas. En un súper ha encontrado tres cajas, pero no se las han llevado a casa. El frutero, un tipo simpático con una tiendita en el barrio, le acaba de vender una bolsa de verduras por el doble de lo que costaban ayer. Otro motivo de preocupación, no sabe qué pasará con los alimentos.

Tengo que hacer un esfuerzo para imaginarme aquel entorno sin el bullicio callejero, los vendedores ambulantes y las partidas vecinales de backgammon, pero es lo que ahora toca, no hay marcha atrás.

Te tengo que dejar, me dice interrumpiendo la comunicación, la cosa se está poniendo muy fea.

miércoles, 26 de enero de 2011

De camino a México DF

Se me había olvidado lo pesado que es viajar al DF en esos aviones enormes llenos de turistas inquietos y desesperados por tocar tierra. Elegí para este esperado regreso KLM, aerolíneas holandesas, en el convencimiento de que sería imposible encontrar otra compañía que tuviera asientos más incómodos y estrechos que Lufthansa.

El lugar que me cayó en suerte, previo pago de unos 160 euros extra, no parecía malo del todo, era uno de esos asientos junto a la puerta que no sólo tienen un montón de espacio para estirar los pies, sino también un montón de obligaciones que se adquieren marcando en la compra, la casilla “acepto condiciones”.

El trato es el siguiente, en caso de siniestro, nada de desmayos ni sálvese quién pueda. Hay que adoptar la digna actitud de un capitán de barco, aunque sin sueldo y ayudar en el salvamento del resto de pasajeros, sí, habéis oído bien, la proximidad de la puerta hace necesario que semejantes lugares sean solo para altruistas ágiles y delgados, de corazón robusto que puedan resistir cualquier susto y además tengan la templanza de no saltar los primeros.

Pero la alegría por el espacio extra, se desvaneció rápidamente. La proximidad de los baños hace que tu pequeña “salita” esté siempre ocupada por pasajeros de vejiga ligera y por conversadores noctámbulos que se empeñan en arrebatarte cualquier privilegio o comodidad.

Para colmo, a mitad de la noche, se apareció un tipo de dimensiones extra largas que parecía tener una lesión en una de sus interminables piernas. Descubrió, enfrente del mío, el asiento que usan las azafatas durante el aterrizaje y que permanece plegado durante el vuelo. Aquello le debió parecer la salvación, poder zafarse de un minúsculo asiento y ocupar aquel otro donde estirar sus piernas y dormir plácidamente, no era mala idea.

Así que se puso en marcha, buscó a una azafata y con cara de sufrimiento señaló alternativamente su pierna y el asiento. Después de conseguir el beneplácito, se desprendió de su cara de víctima y se acomodó metiendo las piernas por donde podía y le cabían, despojándome de cualquier privilegio que me hubiera podido aportar mí asiento.

Como el hombre no encontraba sosiego, se revolvía y revolvía, descamisado, sudoroso, buscando las comodidades de su cama y se derrumbaba como un saco resoplando de un lado y de otro, con la cabeza y las piernas colgando en posición de degüelle. Le observé a hurtadillas, con los ojos semicerrados hasta que le oí roncar, lo que me faltaba. Su nivel de relajación se volvió tan perfecto que en una de sus vueltas el peso le venció y se escurrió hasta el suelo aplastando mis pies y su cabeza. Moraleja, no hay nada como ser rico y volar en Business.

Así que si queréis un consejo, no preocuparos demasiado de la comodidad, en esos vuelos uno no encuentra ni postura ni sosiego. Lo que sí merece la pena es reservar un lugar junto a la ventanilla para no perderse el paisaje nocturno que presenta el DF durante el aterrizaje. A medida que el avión se acerca a la ciudad, aparece un inmenso e interminable mar de luces que vibran y reverberan, que discurren y encienden montañas y valles y que circulan y parpadean hasta donde la vista alcanza.

Una ciudad maravillosa e incierta que encierra, sin duda, múltiples y complejas facetas.

sábado, 8 de enero de 2011

De vientos y costumbres

Hoy hemos amanecido con uno de esos días de intenso cielo azul, atravesado por nubes de vainilla que marcaban su recorrido al ritmo del viento. La temperatura, de doce grados, ha ido fundiendo durante el día los restos de hielo y nieve que quedaban de una de las navidades más blancas que yo he conocido en Colonia. Un mañana así, me ha recordado a Bilbao en uno de esos días frescos, con vientos cruzados que azotan, además del pelo, las olas y sus crestas de espumas blancas.

Y por eso parecía que hoy estuviéramos ya en primavera. Es curioso que en esta ciudad, se aproveche cualquier tregua para vivir al aire libre, levantar la capota de los coches, sacar las bicicletas y disfrutar de las terrazas, hoy llenas.

Desde una de ellas, la más estratégica de la zona y tomando una deliciosa tarta de manzana y naranja, he pasado buena parte de la sobremesa observando al personal que parecía que había tomado las calles por algún acontecimiento especial, serían las rebajas?

Enfrente del café, en la plaza donde la Breite Straße pasa a ser la Ehrenstraße, hay un puesto de salchichas riquísimas. Es un puesto callejero, muy frecuentado por la gente que trabaja en esa zona comercial. No se complican la vida, sólo ofrecen dos tipos diferentes de salchichas, Würstchen y patatas fritas, Pommes, con kétchup y “mayo”.

La cola que había hoy era interminable, pero la espera merece la pena, por 2 euros 50 te ponen una deliciosa Currywurst o una Krakauer con mostaza, mi preferida. Recomendable para tener el día en paz es que nadie se salga del programa establecido. Esto quiere decir, que todo el mundo sepa lo que quiere cuando llegue al mostrador, que tenga el dinero preparado y que sepa dónde ponerlo, ojito con dárselo a la mano al empleado, la torpeza mosquea y te invitarán, a golpe de tenedor, a depositarlo en un recipiente de metal para tal menester. Tampoco se te vaya a ocurrir coger una servilleta de papel extra sin preguntar, válgame el cielo. Por tamaña tropelía, una dependienta, que resultó hablar español mejor que yo, me armó la de dios-es-cristo. Semejante comportamiento me dejó espantada y acabé pensando, que a la pobre se le habría derretido el cerebro con las altas temperaturas del grill. Desde aquel día he renunciado a la Krakauer y a las Pommes, lo que por otro lado es muy recomendable para la salud y la figura.

Y con este recuerdo, todavía fresco, he acabado mi café y seguido mi camino entre el arrullo del viento.