viernes, 30 de diciembre de 2011

Bilbao en las distancias cortas

El Globo es uno de mis bares favoritos de Bilbao. Tiene un ambiente acogedor, sin pretensiones, buenos vinos y una estupenda selección de pintxos con mucho sabor vasco. Recomiendo el gratinado de bacalao, o la tortilla de patata, la hacen muy bien.

En estos días fríos me gusta sentarme dentro, en la mesa junto a la ventana y observar la boca del metro y el continuo ir y venir de gente. Antes de que se pierdan para siempre, les miro de arriba abajo e intento adivinar de qué barrios o pueblos vienen, o cualquier otra característica interesante que revele su aspecto.

Muchos me sorprenden por su estudiado y perfecto atuendo, no se les puede sacar una falta, quizá lo único que juegue en su contra sea una cierta ausencia de atrevimiento en el vestir, les falta ese algo “descarado” que se ve en ciudades más cosmopolitas. Creo que si les viera en cualquier aeropuerto del mundo, sabría desde lejos, que son vascos.

Veo pasar a una chica mulata de pelo ensortijado y trasero prieto, muy guapa. Lleva un papelito en la mano, podría ser una dirección. Se la ve perdida, mirando los edificios a derecha e izquierda, va a una entrevista de trabajo me digo cuando le miro las playeras, algo destronchadas.

En la puerta del bar hay algunas cuadrillas que, a pesar de las frías temperaturas, prefieren tomarse el vino fuera. Muchos están con niños, aprovechando que es una zona peatonal y pueden correr sin peligro. Miro a esos niños y me parecen tan típicos de aquí como las trufas de Arrese, creo que deberían tener derecho a la denominación de origen. Esas niñas con enormes lazos de raso en el pelo y vestiditos cortos con leotardos y merceditas, las más pequeñas, muy monas, las mayores muy cursis.

Parecería que la crisis no hubiera llegado nunca a este barrio, si no fuera por el afilador de cuchillos que está trabajando junto a la boca de metro. Le miro sorprendida, no recuerdo haber visto nunca uno en la ciudad. El hombre tiene aparcada una moto en la barandilla y hace girar la piedra afiladora a golpe de motor. Pasa por los bares y restaurantes de la zona y afila sus cuchillos, parece que ha recuperado un oficio del cual todavía se puede vivir, bravo.

Pago la cuenta y salgo. No llueve, qué milagro.

1 comentario:

miguel dijo...

Ya dice la bilbainada:
“Afilar, afilar, afilar,
cuchillos, navajas, tijeras,
Pobrecito afilador,
que mala vida te espera”...

Yo recuerdo los afiladores en Bilbao de toda la vida, tocando la flauta de pan, escala arriba y escala abajo. Iban en una bici que llevaba un caballete en la parte de atrás. Cuando alguien les confiaba sus cuchillos, echaban el caballete al suelo, se sentaban en el sillín y pedaleaban haciendo girar la piedra de afilar. Y conocían bien su oficio. Pero desaparecieron.

Hace unos años han vuelto a aparecer. Ahora van en moto. Idéntico sistema pero sin dar pedales. Lo malo es que en ese lapso de extinción no debió quedar nadie que conociera el oficio para transmitirlo. Los que lo ejercen hoy en día deben ser autodidactas a juzgar por los destrozos que hacen. No pretendo en absoluto desprestigiar el oficio pero en dos ocasiones he visto toda una cuchillería llena de muescas y rayones. Sugiero que antes de confiar todo vuestro arsenal a un afilador callejero, le deis a probar un cuchillo al que tengáis poco cariño…

http://bicicletario.com/profesiones/el-afilador-de-cuchillos-en-bicicleta.html