jueves, 9 de agosto de 2012

celiaruizblog, el nuevo BLOG


Queridos seguidores, lectores ocasionales y espíritus curiosos que os pasáis por aquí,

después de varios años contando en la red mis experiencias como expat en diferentes países, ha llegado la hora de abrir un blog central que albergue todos los proyectos que he tenido hasta la fecha y que estaban hasta ahora dispersos, me refiero a Cuadernos de Cairo, Cuadernos de Colonia y Artes y Tradiciones de México.

Este nuevo y definitivo blog está ya activo y su dirección es www.celiaruizblog.com. En él continuaré escribiendo regularmente. Pero no sólo encontraréis los nuevos artículos, también podréis consultar el archivo de todo el material que escribí sobre Egipto, Medio Oriente, Alemania y México, además tendré próximamente nuevos posts relacionados con esos países en los que viví mucho tiempo.

Por eso todos los blogs serán redireccionados hacia www.celiaruizblog.com en los próximos días. Así que os pido que actualicéis vuestras suscripciones para no perderos de vista, sería una lástima después de tantos años acompañándome.

¡Nos vemos!



lunes, 2 de abril de 2012

Davide, el peluquero.

Conocí a Davide por casualidad mientras esperaba en la calle a alguien que llegaba con retraso. Pasé el rato observándole a través del gran escaparate de su peluquería en el barrio belga de Colonia. Muy pequeño, delgado pero musculoso, con camiseta blanca de tirantes, vaqueros negros y botas de militar; el pelo corto, rapado.

La peluquería tenía sólo un sillón donde atendía a una clienta que me pareció moderna y con estilo. Hablaban poco mientras él le retocaba una larga y ondulada melena trigueña.

Como había tenido mala suerte con el último corte de pelo y Marcel, me habían dejado una ridícula coronilla que más parecía el trasero de un pato que una melena, decidí entrar y pedirle una cita para que me arreglara aquella estupidez.

Lo siento, pero tengo una agenda muy apretada, si quieres puedes llamar a este amigo mío, me dijo nervioso tendiéndome una tarjeta. Este inesperado recibimiento me dejó con la boca abierta y no sé ni como tuve el valor de insistir, eso sí, con la mejor de mis sonrisas, de que fuera él y no su amigo quien me atendiera. La clienta, para apoyar, se giró en su asiento y me dijo señalándole, Davide es bueno, muy bueno.

A Davide no le quedó más remedio que soltar las tijeras y darme un número de teléfono de la centralita que le organizaba su agenda. No lo hago yo, me aclaró, me pone nervioso interrumpir mi trabajo para hacer citas.

No le llamé hasta pasadas varias semanas. El secretario me preguntó si era clienta y si no, quería saber quien me lo había recomendado. No me vi con ganas para repetir la historia completa, así que abrevié con una respuesta fácil que no generara más preguntas.

Cuando llegué a mi cita me tocó esperar. Davide estaba rapando una cabeza cana, pero me recibió con una sorprendente y encantadora sonrisa. Fue su amigo, el otro peluquero, el que hizo las veces de anfitrión. Muy amable, me trajo un café y charló conmigo de coches, motos y otros temas que le debían interesar a él más que a mí. Davide y él se miraban mucho a través de los espejos, me pregunté si serían novios.

Davide resultó ser italiano y un tipo mucho más humano de lo que se había empeñado en parecer. Me escuchó serio mirándome a los ojos, sin interrumpir. Me miró por delante y por detrás, de perfil y de frente y me dijo, los peluqueros cometen tantos desastres porque no saben escuchar. Debía tener razón.

Nada más coger las tijeras entramos en conversación y se excusó por el recibimiento del primer día. Me aclaró que no soporta que le entren desconocidos en la peluquería, no lo sopoooooorta. Le sugerí que si ese era el problema, podía probar a trasladarse a una cabaña al monte, allí seguro que no le encontraría nadie. Me miró atónito y soltó una serie de carcajadas contagiosas, mientras se retorcía con la cara encendida dándome golpecitos en el hombro con la mano que sostenía la tijera. En cuanto se sintió seguro se soltó y me contó algunos capítulos se su vida que me hizo presagiar que Davide era un tipo tierno, pero de lo más extravagante. Así estuvimos parte de la tarde, conversando a través de los espejos.

Cuando acabó me miró encantado con el resultado, yo también lo estaba. Me abrazo con fuerza y me retuvo un buen rato. Me agradeció la charla, ha sido muy interesante hablar contigo me dijo mirándome de nuevo a los ojos y dejando caer un montón de chocolatinas en el bolsillo.

martes, 28 de febrero de 2012

Barrios de Colonia: Ehrenfeld

 Ehrenfeld es uno de esos típicos barrios de Colonia que suena por dos motivos. Uno, por su numerosa comunidad turca y su magnífica mezquita en construcción y el otro, por la proliferación de teatros alternativos, talleres de artistas, cafés y restaurantes de diseño.

Cuando quiero escaparme un rato de la rutina, me acerco a respirar esa atmósfera que me recuerda, salvando las distancias, al de las calles comerciales de El Cairo, llenas de colores vibrantes, ropa imposible, desorden y ruido.

La calle Venloer es la arteria que lo atraviesa, un auténtico hervidero de pequeñas tiendas, locales de comida rápida, pastelerías de empalagosos dulces árabes, peluquerías y manicuras, todos ellos reivindicando a gritos su carácter turco.

Esta comunidad importa gran parte de lo que consume de Turquía, algo que se nota nada más entrar en alguna de las tiendas de gestión familiar. Recorrer los pasillos e intentar buscar un producto que te sea familiar es un juego que requiere de gran pericia. Estamos en dominios turcos y allí se habla y se vive en turco. Junto al típico yogur original que ya se vende en otras tiendas de la ciudad y que es delicioso, uno puede encontrarse con cualquier cosa, desde gominolas, almendras, queso, carne precocinada, agua mineral de nombre impronunciable o misteriosos envases de huevos de dos yemas, hasta enormes fajas, zapatillas floreadas, sartenes o cabello postizo de un rabioso color rubio cobrizo.

Hay tiendas de exuberantes colchas y porcelana dorada, escaparates con muñequitas de sonrisa pícara recién llegadas de Estambul, librerías especializadas en material escolar y coranes y peluquerías tan exóticas que no podrían sobrevivir en ningún otro barrio de la ciudad, llenas de mujeres de ojos grandes y cabello ensortijado.

Pero Ehrenfeld no es sólo esto. Si uno se adentra en una de las pequeñas calles transversales a la Venloer, el mundo se presenta de otra manera, volvemos al orden, pero a un orden con gracia, con un cierto flair parisién. Hay pequeños cafés, cálidos y acogedores, donde tomar un espresso con algún dulce casero es un placer que no ofrece el Starbucks. Licorerías con cientos de aguardientes, vinotecas o cigarrerías, restaurantes alfombrados, iluminados con vibrantes lámparas, espejos y mesas madera, para degustar un menú limitado pero fresco.

Esto es lo genial del barrio, esa convivencia de culturas dispares, donde cada una ha encontrado su sitio y se ha representado a su manera, en una especie de performance callejera. Un paseo y una cena de fin de semana, es totalmente recomendable.

viernes, 3 de febrero de 2012

De zapateros y problemas cotidianos


En mi primera época en Colonia tuve un zapatero remendón especialista en pelearse con todo aquel que tuviera la desdicha de caer en su tienda. Joven y medio guapo, con camiseta ajustada y pelo a lo Elvis, era un típico representante de ese género que siempre cree tener razón. Si a esta característica le añadimos que tenía un humor de perros, el tipo se convertía en un petardo insoportable.

Era casi imposible dejarle un par de zapatos sin que encontrara un motivo para ponerte reparos o hacerte quejas. A la primera de cambio te lanzaba cualquier comentario desagradable, viniera a cuento o no. No había manera de contentarle con nada, posiblemente porque él mismo encontraba su oficio tedioso.

Si no pagabas por adelantado la armaba, y si querías las tapas más finas o más gruesas de lo que él se imaginaba, la armaba también. Con los plazos de entrega era imposible ponerse de acuerdo y si se te olvidaba el recibo para recoger tu calzado, se ponía del revés. El pobre diablo no llegaría a los 30 años y ya arrastraba una frustración que me parecía le iba a costar muchos disgustos.

El día que no tuve ganas de verle la cara y le pedí a P. que recogiera los zapatos por mí, comprendí que debía cambiar de zapatero.

Descubrí una alternativa en la galería del Neumarkt, justo en la planta baja, la que lleva a la boca del metro por un lado y a la entrada de Karstadt por el otro. En esa planta hay unos cuantos restaurantes de comida rápida, supermercados, alguna cafetería y pequeños negocios de arreglos y otros apaños.

Llegué con un par de cinturones que necesitaban unos agujeros más. Me costó encontrar a su dueño, escondido como estaba detrás de varios expositores de plantillas, un cargamento de zapatos usados y una máquina para el copiado de llaves.

Alto y robusto, de aspecto y acento turco, tenía una de esas lustrosas barrigas que preceden a comedores voraces. Me saludó simpático y enseguida entendió el encargo, que me devolvería en unos minutos, dijo. Se puso manos a la obra usando un taladro, pero como uno de ellos tenía un cuero muy grueso, al agujero había que añadirle un corte para facilitar la entrada del gancho de la hebilla. Sacó una navaja multiusos del bolsillo trasero y ayudándose de un martillo, consiguió hacer las incisiones. Yo le observaba con cara de susto, pensando que si se le iba la mano iba a rajar el cinturón de lado a lado.

Los trajo de vuelta al mostrador dejando ver un enorme anillo de oro en el dedo meñique. Cuando hice ademán de pagar me dijo con un gesto rápido: - no, no es nada. Muchas gracias, le dije agradecida, me ha hecho usted un favor. Nada, nada, cuando se los ponga se acuerda de mí, me despidió.

La idea de inmortalizar al zapatero en la cintura de mis pantalones no me dejó muy satisfecha, pero reí la ocurrencia encantada con mi hallazgo.