Ehrenfeld es uno de esos típicos barrios de Colonia que suena por dos motivos. Uno, por su numerosa comunidad turca y su magnífica mezquita en construcción y el otro, por la proliferación de teatros alternativos, talleres de artistas, cafés y restaurantes de diseño.
Cuando quiero escaparme un rato de la rutina, me acerco a respirar esa atmósfera que me recuerda, salvando las distancias, al de las calles comerciales de El Cairo, llenas de colores vibrantes, ropa imposible, desorden y ruido.
La calle Venloer es la arteria que lo atraviesa, un auténtico hervidero de pequeñas tiendas, locales de comida rápida, pastelerías de empalagosos dulces árabes, peluquerías y manicuras, todos ellos reivindicando a gritos su carácter turco.
Esta comunidad importa gran parte de lo que consume de Turquía, algo que se nota nada más entrar en alguna de las tiendas de gestión familiar. Recorrer los pasillos e intentar buscar un producto que te sea familiar es un juego que requiere de gran pericia. Estamos en dominios turcos y allí se habla y se vive en turco. Junto al típico yogur original que ya se vende en otras tiendas de la ciudad y que es delicioso, uno puede encontrarse con cualquier cosa, desde gominolas, almendras, queso, carne precocinada, agua mineral de nombre impronunciable o misteriosos envases de huevos de dos yemas, hasta enormes fajas, zapatillas floreadas, sartenes o cabello postizo de un rabioso color rubio cobrizo.
Hay tiendas de exuberantes colchas y porcelana dorada, escaparates con muñequitas de sonrisa pícara recién llegadas de Estambul, librerías especializadas en material escolar y coranes y peluquerías tan exóticas que no podrían sobrevivir en ningún otro barrio de la ciudad, llenas de mujeres de ojos grandes y cabello ensortijado.
Pero Ehrenfeld no es sólo esto. Si uno se adentra en una de las pequeñas calles transversales a la Venloer, el mundo se presenta de otra manera, volvemos al orden, pero a un orden con gracia, con un cierto flair parisién. Hay pequeños cafés, cálidos y acogedores, donde tomar un espresso con algún dulce casero es un placer que no ofrece el Starbucks. Licorerías con cientos de aguardientes, vinotecas o cigarrerías, restaurantes alfombrados, iluminados con vibrantes lámparas, espejos y mesas madera, para degustar un menú limitado pero fresco.
Esto es lo genial del barrio, esa convivencia de culturas dispares, donde cada una ha encontrado su sitio y se ha representado a su manera, en una especie de performance callejera. Un paseo y una cena de fin de semana, es totalmente recomendable.
Cuando quiero escaparme un rato de la rutina, me acerco a respirar esa atmósfera que me recuerda, salvando las distancias, al de las calles comerciales de El Cairo, llenas de colores vibrantes, ropa imposible, desorden y ruido.
La calle Venloer es la arteria que lo atraviesa, un auténtico hervidero de pequeñas tiendas, locales de comida rápida, pastelerías de empalagosos dulces árabes, peluquerías y manicuras, todos ellos reivindicando a gritos su carácter turco.
Esta comunidad importa gran parte de lo que consume de Turquía, algo que se nota nada más entrar en alguna de las tiendas de gestión familiar. Recorrer los pasillos e intentar buscar un producto que te sea familiar es un juego que requiere de gran pericia. Estamos en dominios turcos y allí se habla y se vive en turco. Junto al típico yogur original que ya se vende en otras tiendas de la ciudad y que es delicioso, uno puede encontrarse con cualquier cosa, desde gominolas, almendras, queso, carne precocinada, agua mineral de nombre impronunciable o misteriosos envases de huevos de dos yemas, hasta enormes fajas, zapatillas floreadas, sartenes o cabello postizo de un rabioso color rubio cobrizo.
Hay tiendas de exuberantes colchas y porcelana dorada, escaparates con muñequitas de sonrisa pícara recién llegadas de Estambul, librerías especializadas en material escolar y coranes y peluquerías tan exóticas que no podrían sobrevivir en ningún otro barrio de la ciudad, llenas de mujeres de ojos grandes y cabello ensortijado.
Pero Ehrenfeld no es sólo esto. Si uno se adentra en una de las pequeñas calles transversales a la Venloer, el mundo se presenta de otra manera, volvemos al orden, pero a un orden con gracia, con un cierto flair parisién. Hay pequeños cafés, cálidos y acogedores, donde tomar un espresso con algún dulce casero es un placer que no ofrece el Starbucks. Licorerías con cientos de aguardientes, vinotecas o cigarrerías, restaurantes alfombrados, iluminados con vibrantes lámparas, espejos y mesas madera, para degustar un menú limitado pero fresco.
Esto es lo genial del barrio, esa convivencia de culturas dispares, donde cada una ha encontrado su sitio y se ha representado a su manera, en una especie de performance callejera. Un paseo y una cena de fin de semana, es totalmente recomendable.